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lunes, 16 de agosto de 2010

LA REFORMA DE LA CONCIENCIA EN GRAMSCI

(Enviado por Elaine Castro)

2da Parte: LOS CUADERNOS DE LA CÁRCEL

Los Cuadernos de la Cárcel(1) constituyen los apuntes que Gramsci redactó en la cárcel, desde 1929 hasta 1935, es decir, dos años después del arresto, cuando, tras el proceso, logró tener un poco más de calma, y antes que su enfermedad se agravara a tal punto de llevarlo, en los dos últimos años, a la imposibilidad de trabajar. En estos escritos Gramsci abarca una serie de temas, desarrollándolos simultáneamente, en una serie de cuadernos. Subraya el carácter provisorio, de dichos apuntes y notas. Como tales son leídos, no como textos destinados a la publicación, sino como una primera base de la investigación que Gramsci se proponía conducir, pensando en una obra que estuviese destinada a durar für ewig [para la eternidad].

(1) Los escritos de la cárcel han sido publicados bajo la atención de Felice Platone que los ha reunido en seis volúmenes, reagrupando los temas de modo de facilitar así su lectura. Un estudio fundado más críticamente del desarrollo del pensamiento de Gramsci, será posible cuando tengamos la edición plena de todos los cuadernos, en lo que está trabajando Valentino Gerretana.

Esta obra no fue cumplida, y Gramsci no suponía que, en realidad, la obra destinada a permanecer "por siempre" era precisamente aquellas notas, los Cuadernos.

¿Cuáles son las líneas que guían la investigación de los Cuadernos?

Las líneas son varias: la relación entre cultura y pueblo, el proceso de formación del Estado italiano, la historia de los intelectuales italianos y sus relaciones con las masas. Están planteados problemas teóricos, pero es interesante observar cómo estos problemas aparecen siempre íntimamente ligados al análisis del proceso histórico y emergen de él. Aparecen planteados siempre no en abstracto, sino en concreto, con el fin de un objetivo político preciso.

En todo el análisis que Gramsci lleva a cabo, encuentro la presencia de un hilo rojo que le guía y está presente en todos los Cuadernos. Esta constante es, me parece, el problema de la hegemonía, en el sentido de que todos los análisis de los procesos histórico-sociales, trátese de la formación de los intelectuales o la del Estado unitario italiano, trátese de la literatura italiana y de sus relaciones con el pueblo, se retrotraen y enlazan con la cuestión de la hegemonía: cómo se efectúa la hegemonía de una clase, cómo debe desenvolverse el proceso que conduce a la hegemonía del proletariado, cuál es el modo específico en que se plantean los problemas de la hegemonía del proletariado, y, en particular, el problema de la hegemonía del proletariado en Italia, en la situación italiana específica.

Hay, por cierto, una gran analogía de mentalidad y de método entre Gramsci y Lenin; existe en Gramsci el mismo sentido de lo histórico específico que es propio de Lenin; el sentido de la concreción del proceso, de la importancia del sujeto histórico, del partido, de la conciencia de clase, de la iniciativa política y de la teoría revolucionaria. Ciertamente, Lenin es una figura de relieve internacional, sobre todo desde 1914 en adelante, cuando enfrenta y plantea los problemas del movimiento obrero internacional y no sólo del ruso; Gramsci en cambio, está empeñado en traducir al italiano, por así decirlo, en sumergir en la historia italiana el pensamiento de Lenin y de Marx. Ha desempeñado, pues, un papel fundamentalmente nacional, pero los resultados de sus indagaciones tienen un interés más general, que abarca la teoría y el desarrollo del marxismo en su conjunto.

Parto del volumen que ha sido titulado El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, porque en él el concepto de hegemonía está fundamentado más ampliamente que en otros, en sus bases teóricas generales.

Gramsci parte de la afirmación de que el hombre, por el solo hecho de ser hombre, de poseer por consiguiente un lenguaje, de participar del sentido común, aunque sea en la forma más simple y popular, es filósofo. Se trata de una afirmación que se encontraba ya en Croce, pero que en Croce se planteaba en abstracto, referida al hombre en general, mientras en Gramsci está ligada a la vida cultural de las clases subordinadas, de los trabajadores, de los campesinos. Todo hombre, por el solo hecho de que habla, tiene su concepción del mundo aunque sea inconsciente o meramente acrítica, porque el lenguaje es siempre de modo embrionario una forma de concepción del mundo.

He aquí la atención de Gramsci por los problemas del lenguaje, que se deriva de su pasión juvenil por los estudios de la lingüística. Gramsci observa que en todo hombre está presente una conciencia impuesta por el ambiente en que vive y en la cual, por lo tanto, concurren influencias diversas y contradictorias. En la conciencia del hombre, abandonada a la espontaneidad, todavía no conciente críticamente de sí misma, coexisten influencias espirituales diferentes, elementos dispares, que se acumulan a través de estratificaciones sociales y culturales diversas. La conciencia del hombre no es otra cosa que el resultado de una relación social y ella misma es una relación social. No tenemos pues, un alma como esencia autónoma, según Aristóteles, sino la conciencia, como resultado de un proceso social.

Ante la conciencia subordinada, espontánea, no unificada críticamente e ignorante de lo que ella es, el problema que se plantea --dice Gramsci-- es el de "elaborar la propia concepción del mundo de manera conciente y crítica y, por lo mismo, en vinculación con semejante trabajo intelectual, escoger la esfera de actividad, participar activamente en la elaboración de la historia del mundo, ser el guía de sí mismo y no aceptar pasiva y supinamente [recostado] la huella que se imprime sobre la propia personalidad".(2)

(2) Antonio Gramsci. El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, Juan Pablos Editor, México 1975, p. 12.

Este proceso de formación crítica y además de intervención activa y conciente en el proceso de la historia del mundo, no es, para Gramsci, resultado de un proceso social, de una formación político-ideológica, en la cual el partido, como veremos, desempeña una función esencial.

Las clases subordinadas

Las clases sociales, dominadas o subordinadas, --como él dice-- participan de una concepción del mundo que les es impuesta por las clases dominantes. Y la ideología de las clases dominantes corresponde a su función histórica y no a los intereses y a la función histórica --todavía inconsciente-- de las clases dominadas. He aquí pues la ideología de las clases, o de la clase dominante influyendo sobre las clases subordinadas, obrera y campesina, por varios canales, a través de los cuales la clase dominante construye su propia influencia espiritual, su capacidad de plasmar la conciencia de toda la colectividad, su hegemonía. Uno de estos canales es la escuela. Sobre ella Gramsci concentra su atención. Caracteriza en la división escuela profesional y gimnasio-liceo, la típica fractura de clase de la escuela italiana: la escuela profesional para los que irán a trabajar en actividades subalternas y el gimnasio-liceo para los cuadros dirigentes de la sociedad. De donde surge su proposición de una escuela media unificada, de carácter formativo general.

Otra vía intermediaria es la religión, la Iglesia. Esto explica, por ejemplo, la atención de Gramsci hacia el catecismo, considerado como un libro fundamental, elaborado con extrema sabiduría pedagógica, para imprimir precozmente a grandes masas una determinada concepción del mundo.

Otra vía para la educación es el servicio militar. La atención de Gramsci está dedicada al manual del cabo, como un libro que, al formar a los cabos, forma después a los soldados e imprime toda una mentalidad.

Su atención se dirige también a los periódicos locales, a los pequeños episodios de la cultura local, a todas la manifestaciones del folclor. Es necesario estudiar el modo como se expresa una conciencia todavía subordinada; debe considerarse el elemento de espontaneidad relativa presente en ella, porque sólo partiendo de esta conciencia elemental podemos guiar a las masas hacia una conciencia crítica.

Gramsci concede atención al cinematógrafo, que aún no estaba muy adelantado en su tiempo. Cuando en la cárcel tiene noticias del cine sonoro, inmediatamente se da cuenta de la importancia que puede asumir. Dedica atención a la radio que entonces tenía pocos años de vida, así como a las novelas de folletín.

Pero, si las clases subalternas están dominadas por una ideología que les llega por múltiples conductos, obra de las clases dominantes, las necesidades efectivas, las reivindicaciones, en cierta medida espontáneas, de las clases dominadas, impulsan a estas clases a la acción, a luchas y movimientos, a un comportamiento más general que está en contradicción con la concepción del mundo en que han sido educadas. Gramsci se interroga: ¿dónde está la filosofía real, visto que se verifica esta ruptura entre la concepción, por otra parte no unificada críticamente, y la acción? La filosofía real del individuo y de la colectividad está implícita en la acción. La filosofía de cada uno está en la política de cada uno. (Volveremos sobre esta relación y los problemas que ella implica).

Cuando hay contradicción entre la acción y la concepción del mundo que nos guía, la acción no puede ser conciente ni coherente. Será siempre una manera de actuar, por así decirlo, desarticulada, tendremos siempre estremecimientos de acción y luego estancamientos, rebeliones desesperadas y pasividad, extremismo y oportunismo. La acción coherente exige ser guiada por una concepción del mundo, por una visión unitaria y crítica de los procesos sociales.

El problema es hacer explícita la filosofía que está implícita en la acción de cada uno y en la acción de los grupos sociales. Para lograr esto, es preciso hacer la crítica de las concepciones encubiertas de las clases subalternas, superarlas, para construir una concepción nueva, en la que se establezca la unidad entre la teoría y la práctica, entre la política y la filosofía. Unidad, aunque sea relativa, entre teoría y práctica, existe en la clase dominante. Se trata, por cierto, de ver si esta unidad, en la burguesía, no es ella misma contradictoria. Pero lo que caracteriza a las clases subalternas es precisamente la falta de esta unidad entre acción y teoría. Tales clases permanecerán siendo subordinadas hasta que haya avanzado el proceso de unificación entre acción y teoría, entre política y filosofía.

Se trata, pues de elaborar una concepción nueva, que parta del sentido común, no para quedar estancada en el sentido común, sino para criticarlo, depurarlo, unificarlo y elevarlo a lo que Gramsci llama buen sentido, que es para él la visión crítica del mundo. Se percibe claramente que cuando Gramsci habla de la concepción cultural más elevada como de buen sentido, tiene una visión no aristocrática de la cultura. Se orienta por una profunda preocupación sobre las relaciones de la cultura con las grandes masas y con su manera de sentir.

"Pero en este punto se plantea el problema fundamental de toda concepción del mundo, de toda filosofía que se haya convertido en una religión", en una "fe"; es decir, que haya producido una actividad práctica y una voluntad, y que esté contenida en éstas como "premisa" teórica implícita. . . el problema de conservar la unidad ideológica de todo el bloque social, que precisamente es cimentado y unificado por esta ideología".(3) La hegemonía es esto: capacidad de unificar a través de la ideología y de mantener unido un bloque social que, sin embargo, no es homogéneo, sino marcado por profundas contradicciones de clase. Una clase es hegemónica, dirigente y dominante, mientras con su acción política, ideológica, cultural, logra mantener junto a sí un grupo de fuerzas heterogéneas e impide que la contradicción existente entre estas fuerzas estalle, produciendo una crisis en la ideología dominante y conduciendo a su rechazo, el que coincide con la crisis política de la fuerza que está en el poder.

(3) Antonio Gramsci. Ibid.

Gramsci observa cómo la hegemonía de las clases dominantes italianas, en realidad ha sido siempre parcial. Un componente, una mediación esencial de esta hegemonía es la Iglesia católica. La Iglesia católica se preocupa por mantener en un bloque único a las fuerzas dominantes y a las fuerzas subordinadas, a los intelectuales y a los hombres sencillos. La Iglesia ha logrado esto de un modo característico: utilizando dos lenguajes, dos teologías, dos ideologías: una para la gente sencilla, el catecismo y la prédica del cura párroco, y la otra para los intelectuales, a los cuales, en realidad, les consentía una teología distinta o, más exactamente, una interpretación distinta de la teología. Es preocupación constante de la Iglesia no romper esta unidad (ésta ha sido, por ejemplo, la gran función de los jesuitas como mediadores políticos) y la de reprimir a los intelectuales cuando éstos tienden a romper la unidad. La Iglesia se preocupa de que la separación entre los dos lenguajes no llegue a la ruptura, pero la Iglesia nunca se propone la tarea de elevar a los "simples" al nivel de los intelectuales, de realizar una verdadera unificación y, por tanto, de cumplir una verdadera reforma moral e intelectual. Así, el idealismo --que era el sistema de pensamiento dominante, hegemónico, en la alta cultura italiana del tiempo de Gramsci, en una medida que para los jóvenes de hoy es imposible concebir-- propuso una nueva concepción de intelectuales y para intelectuales, y Gramsci observa cómo una de las mayores debilidades de las filosofías inmanentistas en general, consiste precisamente en no haber sabido crear unidad ideológica entre los de abajo y los de arriba, en no haber conducido una verdadera reforma moral e intelectual, una verdadera, profunda transformación del modo de sentir y de actuar de las grandes masas. Tan es así que, después de haber afirmado que la religión no es más que una forma de mitología, Croce y también Gentile, en su reforma escolar, se muestran favorables a la enseñanza de la religión en la escuela, justamente porque la religión es una suerte de prefilosofía que debe dejarse a los niños y a las masas populares subalternas, en suma, aquellos que son incapaces de elevarse hasta el saber crítico, hasta la filosofía.

Es decir, la religión hace de mediadora entre la concepción superior de los grandes intelectuales y las masas populares. No se plantea como tarea elevara las clases populares al nivel de las clases dominantes, sino más bien, mantener las clases populares en posición subalterna.

Por una parte está la intransigencia doctrinaria y, por otra, el compromiso político con la Iglesia católica, de parte de estos laicos "intransigentes" que son Croce y Gentile.

Después apareció una forma subordinada --observa Gramsci-- de relaciones con el pueblo, manifestada en la política cultural de los socialistas reformistas: las universidades populares. Pero este movimiento no obedecía a una concepción precisa; estaba inspirado en un marxismo asimilado toscamente, de manera contradictoria, deformado en el sentido positivista; era un movimiento extremadamente ecléctico. Gramsci decía que se actuaba como aquellos exploradores que dan chucherías a los salvajes para obtener en cambio pepitas de oro de ellos. En realidad, también este movimiento era incapaz de elevar efectivamente al nivel crítico la conciencia popular.

Marxismo y hegemonía

La mediación entre los "simples" y los intelectuales se realiza por medio de la política; es la política la que, a través de la experiencia que se desarrolla en ella, establece la relación entre la filosofía superior, la concepción crítica y las masas subordinadas, permitiendo a estas últimas superar su visión no crítica.

Gramsci usa a menudo el término filosofía de la praxis en vez de marxismo, no sólo por razones de prudencia conspirativa --en otros textos, en efecto, usa también el término materialismo histórico más comprometedor--, sino porque concibe el marxismo como una concepción que instituye la praxis revolucionaria transformadora, y en la praxis verifica la validez de sus propios asertos. Aparece, en esta definición, la inflexión particular que Gramsci imprime al marxismo, enlazándose con las Tesis sobre Feuerbach de Marx, el modo como subraya la unidad de teoría y acción, de objeto y sujeto.

Gramsci dice, en relación a la función del marxismo: "La posición de la filosofía de la praxis es antitética a la católica: la filosofía de la praxis no tiende a mantener a los simples en su filosofía primitiva del sentido común, sino, al contrario, a conducirlos hacia una concepción superior de la vida. Se afirma la exigencia del contacto entre intelectuales y simples, no para limitar la actividad científica y mantener la unidad al bajo nivel de las masas, sino para construir un bloque intelectual-moral que haga posible un progreso intelectual de masas y no sólo para pocos grupos intelectuales".(4)

(4) Antonio Gramsci. Ibid.,

El marxismo tiene esta capacidad porque expresa los intereses, las reivindicaciones y la función histórica de las clases sometidas y, en primer lugar, del proletariado. Es la única concepción que sabe guiar al proletariado para asumir una función dirigente y por tanto para construir no sólo nuevas relaciones políticas y estatales, sino también una nueva cultura, para realizar una reforma intelectual y moral. Este es el significado más profundo de la noción gramsciana de hegemonía. La hegemonía es tal en cuanto se traduce en una reforma intelectual y moral.

La clase obrera, en el proceso de su formación, no puede ser aún conciente de sus propios intereses y de su función histórica. Es el resultado de todo un proceso lo que puede volverla conciente. En dicho proceso social se entrelazan las influencias y la lucha de hegemonías diversas, ya sean políticas o culturales. La conquista de la hegemonía se entiende como proceso. "Pero la unidad de la teoría y de la práctica no es, de ninguna manera, algo mecánicamente dado, sino un devenir histórico que tiene su fase elemental y primitiva en el sentido de distinción, de separación, de independencia instintiva, y que progresa hasta la posesión real y completa de una concepción del mundo coherente y unitaria"(5) La clase obrera comienza a sentir que las concepciones que le enseña no corresponden a sus intereses: comienza así a distinguirse, aunque sea instintivamente y encuentra su concepción autónoma en el marxismo. Lenin acude aquí en su ayuda, con la afirmación de que la teoría revolucionaria proviene del exterior de la clase obrera, elaborada por intelectuales que tienen la conciencia de las contradicciones de la sociedad en la que viven y de la función histórica de la clase obrera; proviene del exterior de la relación obrero-patrón, para llegar a la visión de la relación entre todas las clases sociales, y de las clases con el gobierno, con el Estado: "He aquí por qué es necesario poner de relieve que el desarrollo político del concepto de hegemonía representa un gran progreso filosófico, además de un progreso político práctico, porque necesariamente implica y supone una unidad intelectual y una ética conforme a una concepción de la realidad que ha superado el sentido común y se ha tornado crítica, aunque sólo sea dentro de límites estrechos."

(5) Antonio Gramsci. Ibid., p. 20.

La hegemonía, por lo tanto, no es sólo política, sino que es además un hecho cultural, moral, de concepción del mundo.

Pero, si la hegemonía es la superación de la contradicción entre la práctica y la teoría, ¿quién debe ser el mediador, el unificador, ya que esa unidad no se produce automáticamente, sino que es el resultado de todo un proceso y de un proceso de lucha entre diferentes hegemonías? El unificador de la teoría y de la práctica, el demiurgo [hacedor de la humanidad], si se quiere, aunque Gramsci no usa este término, es el partido.

Maquiavelo y el moderno príncipe

El partido es, para Gramsci, el príncipe moderno. Se refiere a Maquiavelo, y, ubicándolo históricamente, ve en él el teórico del Estado unitario moderno, quien reflexiona sobre la experiencia del Estado unitario monárquico francés, español, inglés y transmite esta experiencia a Italia, como la vía para superar la crisis de la que está investida la sociedad italiana.

Gramsci pone muy de relieve que el método que enseña Maquiavelo para hacer política, parte de la conciencia de que la política tiene una autonomía propia, obedece a sus propias leyes, que no pueden derivar de la moral sino que fundan una nueva moral, una moral inmanentista, cuyo fin no es la salvación del "alma" individual, 'sino de la colectividad estatal. La violencia y el engaño, cuyo uso es teorizado y justificado, se vuelven en realidad contra las clases dominantes, contra la aristocracia, no contra el pueblo (la burguesía mercantil).

Esta ubicación histórica de Maquiavelo permite superar las disputas frívolas sobre el maquiavelismo. Lo que interesa señalar es que el moderno príncipe es para Gramsci un unificador, un gran reformador intelectual y moral. Maquiavelo pensaba en dicho reformador, pero en su tiempo no era posible. En los tiempos modernos este reformador es el partido. El príncipe de Maquiavelo, según Gramsci, no es un simple individuo; es, en realidad, la expresión de un proceso colectivo, de una voluntad colectiva que tiende hacia un fin político determinado. Hoy es el partido el que crea una voluntad colectiva; el partido es la primera célula en la que se resumen "los gérmenes de la voluntad colectiva que tienden a devenir universales y totales", en el sentido de que en el partido hay ya una visión total de la sociedad, una visión de la que deberá ser la sociedad del mañana. En este sentido Gramsci habla del partido que prefigura la sociedad del mañana, es decir, de la que existe una visión total y de la que anticipa las características. Aquí se puede discutir la relación entre la totalidad de la conciencia y la totalidad de la realidad; se trata de un problema que trataremos.

El partido está en esencia constituido --dice Gramsci-- por tres elementos; por un estrato que adhiere a la organización esencialmente por fe, por entusiasmo, sin una precisa conciencia crítica y sin una gran capacidad unificadora, organizadora. En segundo lugar está constituido por "El elemento de cohesión principal, centralizado en el campo nacional, que transforma en potente y eficiente a un conjunto de fuerzas que abandonadas a sí mismas, contarían cero o poco más. Este elemento está dotado de una potente fuerza de cohesión que centraliza y disciplina y sin duda a causa de esto está dotado igualmente de inventiva. Es verdad también que un partido no podría estar formado solamente por este elemento, el cual, sin embargo, tiene más importancia que el primero para su constitución. Se habla de capitanes sin ejército, pero en realidad es más fácil formar un ejército que formar capitanes".(6) Después de este elemento cohesivo de carácter nacional, existe un tercer estrato, intermedio, que enlaza el núcleo dirigente con la base.

(6) Antonio Gramsci. Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el estado moderno, p. 48.

Los tres elementos son indispensables para que exista el partido. Pero el elemento inicial, sin el cual no puede comenzar a vivir un partido, es el que realiza la síntesis crítica, el capitán que crea el ejército.

Vuelve aquí plenamente la concepción de Lenin que, en polémica con la derecha del Partido obrero socialdemócrata ruso, afirmaba en Un paso adelante, dos pasos atrás (1904), que el partido no se construye de abajo arriba, sino de arriba abajo. Esta afirmación no obedece a una visión burocrática o disciplinaria del partido, como se le reprochaba, sino a la exigencia de poner de relieve el momento de la conciencia, del conocimiento crítico. Por arriba Lenin entendía el congreso, como instancia suprema, síntesis general. El modo como Lenin subraya con fuerza que el partido es el momento de la conciencia, de la síntesis crítica, la fuerza organizadora capaz de cohesionar las masas, vuelve plenamente en Gramsci.

Gramsci destaca que en el partido hay tres estratos y que existen en él, como en la sociedad, los gobernados y los gobernantes, los dirigentes y los dirigidos, pero se plantea el problema de si debe tenderse a mantener la distinción entre dirigentes y dirigidos, o si, por el contrario, debe tenderse a superarla. La respuesta es que debe tenderse a superarla. Mientras la sociedad actual se caracteriza por la distinción y oposición entre gobernantes y gobernados, debe tenderse hacia una sociedad plenamente unificada, no antagónica y basada en el autogobierno. Pero desde ya se debe operar esta unidad entre gobernantes y gobernados en el partido, elevando, por consiguiente, a todos los adherentes al partido a la calidad de dirigentes, a la calidad de cuadros. Volveremos sobre esto.

Como es evidente, toda esta concepción da el máximo relieve al factor ideal, cultural, al factor de la intervención crítica, al sujeto revolucionario, es decir a la conciencia. Es de este concepto de hegemonía del que parte la crítica de Gramsci a las deformaciones del marxismo, entendido como materialismo mecánico y vulgar, que explica mecánicamente todo y todo lo reduce a la economía. La polémica de Gramsci está dirigida contra toda una interpretación del marxismo, la de la II Internacional, que lo deforma en sentido positivista. En esta interpretación se pierde de vista el momento de la lucha política, de la acción cultural, de la influencia de las ideas, que ya para Engels era el tercer frente de lucha, junto con el económico y el político. El materialismo mecánico concibe al desarrollo social como rigurosamente determinado por causas objetivas, que no dejan espacio efectivo para el sujeto, para el partido, para la iniciativa política. Dado este desarrollo de la sociedad, rigurosamente determinado por causas objetivas, la crisis y el hundimiento del capitalismo son inevitables y el proletariado fatalmente está destinado a vencer: esta es sumaria y esquemáticamente la conclusión a que arriba aquella interpretación del marxismo. Lenin, en cambio ponía de relieve el hecho de que la caída de la burguesía no es nunca fatal. Las condiciones para la caída del capitalismo se determinan objetivamente. Pero el capitalismo siempre puede lograr superar su propia crisis. Lo que puede impedirlo es la iniciativa revolucionaria.

El materialismo vulgar

Gramsci combate duramente las deformaciones mecanicistas del marxismo, que pasaron del Partido socialista al ala bordighiana del Partido comunista. Observa que el materialismo vulgar es, en realidad, la expresión de una clase que, aún tratando de darse una ideología no subordinada, una ideología capaz de dirección revolucionaria, permanece en realidad como clase subordinada, precisamente porque piensa que su victoria se debe al curso objetivo de las cosas y no a su función, a su iniciativa, a su capacidad de hegemonía. Se sitúa por ello pasivamente en el devenir obligatorio de la sociedad.

Gramsci afirma que, en ciertas situaciones, el materialismo vulgar puede ser una gran fuerza; Basándose en él, se razona así: "He sido vencido momentáneamente, pero la fuerza de las cosas trabaja para mi y a la larga... La voluntad real se disfraza de acto de fe, en cierta racionalidad de la historia, en una forma empírica y primitiva de finalismo apasionado, que aparece como un sustituto de predestinación, de providencia, etcétera, de las religiones confesionales".(7)

(7) Antonio Gramsci. Ed. Cit., p. 22.

En realidad este materialismo vulgar es una forma de religión experimentada en forma inmanente. Puede ser una fuerza mientras la clase permanece subordinada, dominada, derrotada (no olvidemos que Gramsci escribía en la cárcel), pero "cuando el subalterno se torna dirigente y responsable de la actividad económica de masas",(8) cuando la clase obrera asume el poder, "el mecanicismo aparece en cierto momento, como un peligro inminente, y se produce una revisión de toda la manera de pensar porque ha ocurrido un cambio en el modo social de ser".(9)

(8) Antonio Gramsci. Ibid.

(9) Antonio Gramsci. Ibid.

Gramsci precisa, no obstante, que no sólo es necesario superar el materialismo mecánico cuando uno se ha convertido en dirigente sino que es necesario superarlo para ser dirigente. "He ahí por qué es necesario siempre demostrar la insignificancia del determinismo mecánico, el cual, explicable como filosofía ingenua de la masa y, sólo como tal, elemento intrínseco de fuerza, cuando es elevado a filosofía reflexiva y coherente por los intelectuales, se convierte en causa de pasividad, de imbécil autosuficiencia, y ello sin esperar que el subalterno haya llegado a ser dirigente y responsable".(10) Por lo tanto, al nivel de la vanguardia, (y cuando habla de los intelectuales se refiere a la vanguardia, al partido, o sea, a los intelectuales como cuadros de la sociedad), el materialismo vulgar se convierte en un estorbo porque mantiene a la clase en su posición subordinada e impide el desarrollo de la iniciativa política.

(10) Antonio Gramsci. Ibid., p. 23.

Se trata de superar el materialismo mecánico, por consiguiente, es necesario difundir una concepción genuina del marxismo, establecer una efectiva unidad entre acción y teoría, entre masa e intelectuales. De ahí la importancia que para Gramsci tiene la difusión de las conquistas culturales y de la teoría revolucionaria. En varios lugares se plantea el problema de cómo difundir las nuevas adquisiciones teóricas, subraya la importancia de la "repetición", en forma diversa, para llegar profundamente a todos los sectores. Nos encontramos con esta observación: "Crear una nueva cultura no significa sólo hacer individualmente descubrimientos originales; significa también, y especialmente, difundir verdades ya descubiertas, socializarlas, por así decir, convertirlas en base de acciones vitales, en elemento de coordinación y de orden intelectual y moral. Que una masa de hombres sea llevada a pensar coherentemente y en forma unitaria la realidad presente, es un hecho filosófico mucho más importante y original que el hallazgo, por parte de un genio filosófico, de una nueva verdad que sea patrimonio de pequeños grupos de intelectuales".(11) El problema no es tanto el de los grandes descubrimientos originales (naturalmente, también éstos importan), sino ver cómo los descubrimientos se convierten en patrimonio de las masas. Se puede agregar que, en realidad, hay ideas originales que no pueden convertirse en patrimonio de las masas por su naturaleza, ya que no pertenecen a las masas desde el punto de vista de clase y que hay en cambio ideas originales que, precisamente haciendo avanzar la función histórica de la clase obrera, pueden llegar a ser patrimonio de la clase obrera misma y de las grandes masas populares. Debe realizarse pues, una obra política, organizadora, pedagógica de difusión de las nuevas adquisiciones culturales entre las masas. Gramsci subraya que en los hechos la relación de hegemonía es siempre una relación pedagógica. Es una nueva relación entre teoría y praxis, porque es una relación nueva entre cultura y masas, entre intelectuales y masas. Y la observación de Gramsci es que "la filosofía de una época no es la filosofía de tal o cual filósofo, de tal o cual grupo de intelectuales, de tal o cual sector de las masas populares: es la combinación de todos estos elementos, que culmina en una determinada dirección y en la cual, esa culminación se torna norma de acción colectiva, esto es, deviene historia concreta y completa (integral)". La verdadera filosofía de una época va implícita pues, en la acción y en la forma de sentir de las grandes masas.

(11) Antonio Gramsci. Ibid., p. 13.

El bloque histórico

He aquí pues, una vez más, a la sociedad humana que se presenta como una totalidad y como totalidad que penetra todos los niveles. Es, una vez más, el concepto de bloque histórico. La hegemonía tiende a construir un bloque histórico, o sea, a realizar una unidad de fuerzas sociales y políticas diferentes y tiende a mantenerlo unido a través de la concepción del mundo que ella ha trazado y difundido "La estructura y las superestructuras forman un bloque histórico".(12) La lucha por la hegemonía debe involucrar todos los niveles de la sociedad: la base económica, la superestructura política y la superestructura espiritual.

(12) Antonio Gramsci. Ibid., p. 48.

Es un pasaje del Risorgimento, Gramsci nos da una visión dinámica del proceso según el cual se forman y se disuelven las hegemonías, cuando dice: "La supremacía de un grupo social se manifiesta de dos modos, como dominación y como dirección intelectual y moral. Un grupo social es dominante de los grupos adversarios, que tiende a liquidar o a someter hasta con la fuerza armada, y es dirigente de los grupos afines y aliados. Un grupo social puede, y también debe ser dirigente ya antes de conquistar el poder gubernamental. Es esta una de las condiciones principales para la propia conquista del poder. Después, cuando ejerce el poder y también lo mantiene firmemente en sus manos se convierte en dominante, pero debe continuar siendo también dirigente". Aquí junto a la noción de hegemonía viene inmersa la de supremacía. La supremacía es dominio y dirección. Puede decirse que es dominio y hegemonía.

La hegemonía avanza al afirmarse la capacidad de dirección política, espiritual y moral de la que, hasta ayer, era una clase subordinada.

La supremacía entra en crisis cuando se mantiene el dominio, pero disminuye la capacidad dirigente, cuando la clase social que detenta el poder político no sabe ya dirigir, resolver los problemas de la colectividad, cuando la concepción del mundo que ella logró afirmar, es ahora rechazada. La clase social hasta ayer subordinada se convierte a su vez en dirigente cuando sabe indicar concretamente la solución de los problemas; tiene una concepción del mundo que conquista nuevos adherentes, que unifica los sectores sociales que se forman en torno suyo. Esta es la concepción gramsciana de hegemonía.

Marx presentaba la crisis revolucionaria esencialmente como contradicción entre las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas. Marx ve, pues, la crisis revolucionaria esencialmente como crisis de la estructura económica. Teniendo bien presentes las enseñanzas de Marx, Gramsci dirige su atención a otro momento de la crisis revolucionaria de la sociedad, y esto tanto más cuanto él quiere combatir las visiones mezquinamente deterministas del marxismo y volver la atención del movimiento obrero en dirección a un momento hasta ayer descuidado, el momento ideal, cultural, moral. En Gramsci la crisis revolucionaria es considerada sobre todo al nivel de la superestructura; traducida al nivel de la hegemonía y concebida como crisis de la hegemonía. Dicha crisis abarca, sin embargo, a toda la sociedad, a todo el bloque histórico, y no olvidemos que el bloque histórico, para Gramsci, está constituido por la estructura y la superestructura. Puedo decir pues, que la crisis revolucionaria es mirada por Gramsci en la totalidad del proceso social. Marx había estudiado su anatomía indicando sus bases fundamentales. Este era el primer paso indispensable para construir la explicación de los movimientos sociales revolucionarios de modo científico, crítico, no idealista ni subjetivista. Pero, caracterizada la anatomía, es necesario partir de ella para ver la totalidad de la sociedad. Se llega, entonces, a la noción de hegemonía y de bloque histórico.

Para Gramsci el concepto de hegemonía es pues, una clave de interpretación histórica, de análisis de los procesos. Lo habíamos visto en la Cuestión meridional, por el papel que le atribuía a los intelectuales, como cemento de un bloque político (el concepto de bloque histórico es más amplio que el de bloque político. El bloque histórico, en efecto, puede comprender varios bloques políticos diferentes).

Los intelectuales

El tema de los intelectuales vuelve a presentarse ampliamente en los Cuadernos. Aquí Gramsci esboza la idea de una investigación sobre los intelectuales italianos y sobre el proceso de su formación. Es más que comprensible la importancia que da permanentemente al problema de los intelectuales; deriva directamente de la importancia que tiene para él el problema de la hegemonía. En efecto, una hegemonía se construye si tiene sus cuadros, sus elaboradores. Los intelectuales son los cuadros de la clase dominante económica y políticamente, son los que elaboran la ideología. Los intelectuales --dice Gramsci-- son los "persuasores" de la clase dominante, son los "empleados" de la hegemonía de la clase dominante. (La expresión según la cual "el intelectual es el intermediario del consenso", es una justa interpretación de la concepción de Gramsci, pero no se halla en sus textos).

Los intelectuales no son, pues, un grupo social autónomo; pero, todo grupo social, cumpliendo una determinada función en la producción económica, forja sus intelectuales que vienen a ser los técnicos de la producción. Estos intelectuales no se limitan a ser solamente los técnicos de la producción, sino que son también los que dan a la clase económicamente dominante la conciencia de sí misma y de su propia función, en el campo social y en el campo político. Dan homogeneidad a la clase dominante y a su dirección. Hoy --dice Gramsci-- el capitalismo industrial crea esencialmente técnicos, científicos, ligados a la producción. Estos son, los intelectuales orgánicos del capitalismo, íntimamente conexos a la función productiva, a la función de la economía capitalista. Todo grupo social, cuando se afianza en el campo económico y debe elaborar su propia hegemonía política y cultural, y crear, por consiguiente, sus propios cuadros, sus propios intelectuales, encuentra al mismo tiempo intelectuales ya formados por la sociedad precedente, por la formación económico-social precedente: los intelectuales tradicionales. La nueva clase dominante, mientras forma sus propios intelectuales orgánicos, se esfuerza en asimilar a los intelectuales tradicionales.

En Italia, los intelectuales tradicionales son los del tipo humanista, entre los cuales Gramsci incluye también al clero. Son preponderantemente de origen rural, provienen de la burguesía rural abstencionista. Cuanto mejor son asimilados lo intelectuales tradicionales, tanto más logra la clase dominante explotar a sus propios intelectuales orgánicos. Dice Gramsci: "Los intelectuales de tipo urbano han crecido al mismo tiempo con la industria y están ligados a su destino. Su función puede ser parangonada con la de los oficiales subalternos en el ejército: no tienen ninguna iniciativa autónoma para elaborar planes de construcción; ponen en relación, articulándola, la masa instrumental con el empresario, elaboran la ejecución inmediata del plan de producción establecido por el estado mayor de la industria y controlan las etapas laborales elementales. En el término medio general los intelectuales urbanos están muy estandarizados; los otros intelectuales urbanos se confunden cada vez más con el verdadero y propio estado mayor industrial. Los intelectuales de tipo rural son en gran parte tradicionales es decir, están ligados a la masa social campesina y pequeñoburguesa de la ciudad (especialmente de los centros menores), todavía no formada y puesta en movimiento por el sistema capitalista. Este tipo de intelectual pone en contacto la masa campesina con la administración estatal o local (abogados, escribanos, etcétera). Por esta misma razón tiene una gran función político-social, porque la mediación profesional es difícilmente escindible de la mediación política. Por consiguiente, en el capitalismo, mientras los intelectuales orgánicos tienen una relación más estrecha con la producción, los intelectuales tradicionales tienen una relación más mediata, pero desempeñan en mayor grado que los intelectuales orgánicos, una función política, de mediación política.

Los partidos elaboran sus propios intelectuales, de modo que los partidos contribuyen a proporcionar intelectuales al Estado. El intelectual, en efecto, se forma como cuadro en el partido y luego asume una función estatal; pero los partidos forman al intelectual en forma más orgánica, más rigurosa que el Estado, y de un tipo determinado.

Nos encontramos, en cierto sentido, con una afirmación paradójica, según la cual todos los miembros de un partido político pueden ser considerados intelectuales, en un sentido relativo. Esto es verdad en cuanto que el partido tiene una función dirigente y que, por consiguiente, todo miembro del partido debe, en principio, ejercer una función dirigente, aunque sea limitada y modesta. La noción tradicional de intelectual experimenta un vuelco. Para Gramsci no es tan decisiva la separación entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, como lo era para Marx. El intelectual es el cuadro de la sociedad, más exactamente, el cuadro de un aparato hegemónico. En este sentido, también un sargento semianalfabeto es un cuadro, y por consiguiente, un intelectual. El jornalero que dirige un sindicato, si es un dirigente capaz, aunque sea analfabeto o semianalfabeto es un intelectual, por cuanto es un dirigente, un educador de masas, un organizador.(13)

(13) Con el desarrollo del capitalismo monopolista y particularmente del capitalismo monopolista de estado, la distinción gramsciana entre intelectual tradicional e intelectual orgánico tiende a superarse, dada la forma como el capitalismo liga hoy a su vida también a los intelectuales humanistas.

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Rockultural...Agradecemos el excelente aporte de Elaine acercando estas joyas Gramscianas que están dedicadas a aquellos que piensan que en la sociedad debe haber escalas de valoración y de poder.

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