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sábado, 18 de octubre de 2014

Luciano, un trébol de cuatro hojas

Por: Mónica Raquel Alegre
En todos los festivales que se han hecho para pedir justicia y recordar a mi hijo he agradecido a la gente que nos acompaña. Esta vez quiero hablarle a Luciano.

Negro, hoy quiero darte las gracias por haberme enseñado a luchar, por haberme dado fortaleza, y por haber puesto en mi camino personas que estuvieron en el momento justo e indicado para posibilitar que lleguemos hasta acá. Vos me hiciste otra persona. Me enseñaste a no permitir que me pisoteen y a hacer valer mis derechos. Vos, con 16 años y siendo mi hijo, me enseñaste a mí, tu madre de 45, a seguir en pie, a levantar la cabeza.

A mis hijos siempre les enseñé el respeto. Les enseñé a tener sueños, ilusiones, esperanzas. A vos te decía “tenés que tener principios”. “¿Y qué son los principios?”, me preguntabas. Y yo te respondía que son las cosas en las que crees en la vida, son tus valores, lo que te guiará cuando estés grande. Un día me dijiste, “¿te acordás toda esa sanata que me dijiste vos? Hoy se quién soy, soy Luciano Nahuel Arruga, un pibito que vive en una villa, estoy orgulloso de ser nieto de Martha y hermano de Vanesa”. Vos me decías que estabas orgulloso de tus raíces, de tu esencia. Eso me marcó. Sobre todo porque sé que careciste de muchas cosas, de un pedazo de pan. Eso es muy fuerte para mí. Vos, negro, eras muy sabio. Cuando me caigo, cierro los ojos y te recuerdo. Me acuerdo del sacrificio que hacías por ser alguien, por aprender un poquito más, por tener mejor aspecto.

La vida no te fue fácil. Todo te costó mucho.

¿Sabes, Lu?, quiero estudiar. Nunca me voy a olvidar que un día, frustrado por mi desconocimiento de algunas cosas que te parecían importantes, me dijiste “ma, vos no entendés nada, vos siempre lo mismo”, “ma, siempre igual, no sabés”. Quiero que sepas que ahora mi anhelo es crecer, es cambiar y que vos reconozcas en mí otra persona. Ya sé que el estudio no hace mejor a nadie, pero también es cierto que es una buena llave. Es verdad que lo que vale es la esencia de cada cual, y yo soy ésta, Mónica, la que toma mate en casa y que desde hace cinco años te espera. Pero ahora quiero que la educación me pula un poco, que ayude a que no me pasen por arriba. Vos sabes que no pulirse en la vida es quedarse dormido en la ignorancia. Quizás me di cuenta tarde, pero me di cuenta.

En este último año he tomado consciencia que durante mucho tiempo me limité a esperarte.

Amo a mis otros hijos, pero mi mundo, mi casa, yo, nos vinimos abajo. Yo estaba pero no estaba. Veía que todo se caía y que no podía hacer nada para detenerlo. Sabía que todo se hacía mil pedazos. La copa se caía, no podía hacer nada para atajarla, y decía “es mi copa, mi copa más querida”. Ahora solo recojo y trato de juntar pedazo por pedazo. Hay que hacer un trabajo muy fino para reconstruir esa copa rota y capaz me lleve toda la vida. Hoy mis hijos son grandes. Mario tiene 18 y Mauro tiene 16. Cuando Vanesa, mi otra hija, me pedía a gritos, y decía “por favor mamá, no puedo más”. Me preguntaba por qué se hacía tanto problema. Yo pensaba que vos ibas a volver. Yo te esperaba. No tomé consciencia y dejé que mi hija se cayera. Durante dos años de mi vida dañé sin quererlo. Yo perdí a unhijo. Ellos perdieron a un hermano y perdieron a su madre. Perdieron su familia. Quizás fui egoísta en mi desesperación. Quizás les hice daño, a ellos que son lo que más quiero.

Resta reparar ese daño. Recuerdo que una vez te di a leer El Principito y vos me dijiste “ese libro que vos me diste, ¡me dio una bronca!, ¡no lo entendí! Que el pibe se quiere comer un elefante, que está enamorado de una rosa…” Te pedí que lo leyeras de vuelta, con la ilusión y la picardía de un niño. Un mes después me dijiste “tenías razón, ma. Lo leí como vos dijiste y hasta yo me convertí en un Principito. Estoy enamorado de la rosa”. A veces creo que no debí enseñarte a soñar y a confiar en la gente.

¿Cómo llamar a los que te hicieron daño? No sé qué palabra, que adjetivo usar. No los odio.

Son personas que no merecen ni siquiera mi odio. Sí mi pena. Por ese hijo que van a abrazar, por esa madre que van a besar, por esa mujer cuyo cuerpo tienen al lado. Esos brazos fueron los que mataron un niño de 16 años. Les tengo pena. Que la vida me libre de que alguien tenga hacia mí un sentimiento tan terrible como ese. Es el sentimiento más feo que un ser humano le puede tener a otro. A una cucaracha le tengo fobia. A un gusano le tengo asco. A los ocho policías que le hicieron daño a mi hijo, les tengo pena. Hace 5 años que aprendí que ese sentimiento es el peor.

Hace dos años, en un festival pasado, dije “no te voy a llorar más frente a la gente. Te voy a llorar todos los días de mi vida pero sola. No me verán bajar los brazos”. Los que me quisieron despedazar y destrozaron tu vida me verán de pie. No van a tener que pelear solo con tu recuerdo, también conmigo. Les voy a dar la pelea y si sienten un aire en la espalda, no es el viento, soy yo que les está respirando desde atrás. Hoy recuerdo todo y a todo le doy un significado. Cada charla que tuvimos, tu desaparición, la búsqueda de justicia, la lucha. Más allá del dolor, eres un trébol de cuatro hojas. Siempre tengo la certeza de que no estoy sola. Por vos he viajado, he aprendido, he conocido el mar, tal como vos querías.

Te doy gracias también por haberme enseñado a no ser tan egoísta. Por ayudarme a poner mis ojos en los semejantes. Por llevarme a tantos lugares en donde descubrí que hay muchos Lucianos, muchas Mónicas, muchas Vanesas que a veces no llegan a tener el alcance que tuvo tu voz. Te voy a recordar todos los días de mi vida. Pero no me van a ver llorar. Nadie se va a regocijar con mi dolor. Eso lo he aprendido con el tiempo. Estoy orgullosa de ser Mónica Raquel Alegre, madre de Luciano Nahuel Arruga. Parí un argentino y negro que no quiso robar y estoy orgullosa de eso.

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